Los trabajadores de los ferrocarriles británicos iniciaron este martes una huelga de tres días, anunciada como la mayor en 30 años, para defender empleo y salarios ante una inflación galopante, pero su impacto parecía minimizado por la nueva posibilidad para muchos empleados de trabajar desde casa.
El martes por la mañana, la mitad de las líneas ferroviarias del país estaba cerrada, en las otras solo circulaba un tren de cada cinco.
En lugar de la multitud habitual en hora punta, solo unos pocos viajeros deambulaban por el vestíbulo principal de la gran estación londinense de King’s Cross, mirando los tablones de anuncios en busca de los pocos trenes disponibles.
La mayoría decía simpatizar con la huelga de los trabajadores ferroviarios.
“Tengo que viajar por todo el país por mi trabajo. Así que hoy tengo que ir a Leeds (norte). No hay tantos trenes como de costumbre, pero me las arreglé para llegar”, comentó Jim Stevens, un fotógrafo comercial de 40 años.
Sorprendido por la tranquilidad de la estación, consideró que la gente había seguido el consejo de TfL, el operador de transporte público de Londres, y se había quedado teletrabajando desde casa, “o bien se había subido a la bicicleta”, al coche o al autobús, aunque estos últimos iban tan abarrotados que muchos no admitían pasajeros en algunas paradas.
Tras el fracaso de las negociaciones de última hora, trabajadores y patronal se mantenían firmes en sus posiciones el martes.
El ministro de Transportes, Grant Shapps, denunció la huelga como “innecesaria”.
El sindicato RMT advirtió a principios de junio que más de 50 mil trabajadores ferroviarios harían huelga “en el mayor conflicto sectorial desde 1989”, momento de las grandes privatizaciones de los ferrocarriles británicos, exigiendo aumentos salariales acordes con la creciente inflación.
Agencia.