Carlos Mercenario cruzó la meta de los 50 kilómetros de marcha de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y lo único que deseaba era dejarse caer sobre la pista después del infernal esfuerzo de casi cuatro horas. Durante esos primeros instantes como un nuevo inquilino en el Olimpo de los medallistas no pasó por sus pensamientos que su vida daría un vuelco.
“Mi querido compadre Carlos Girón —medallista olímpico de plata en clavados en Moscú 1980— decía una frase que hice mía: ‘A ti se te puede llegar a olvidar que eres medallista olímpico, pero siempre habrá alguien que te lo recuerde’_”.
Mercenario (Ciudad de México, 3 de mayo de 1967) echa una mirada para revivir esos recuerdos de cuando, después de 3:52:09 horas de andar en el circuito y llegar al Estadio Olímpico de Montjuic, alcanzó la más importante meta de su trayectoria. Los anhelos del niño, que en los 70 se imaginó un día simplemente competir en lo que fuera en unas Olimpiadas, fue colmado con algo que no estaba ni en el más dulce de sus deseos: ser medallista de la prueba del 7 de agosto de 1992.
“Escucho 30 años y como que no los termino de asimilar”, cuenta en videoentrevista desde una de las oficinas del Comité Olímpico Mexicano (COM), donde es asesor; un sitio que marcó su vida, porque desde la juventud iba ahí para entrenarse. “Cuando hago consciencia de que han pasado todos estos años, sí pienso que el tiempo ha transcurrido… ¿no sé si decir rápido?… Casi sin darme cuenta”.
¿Ha vuelto a Barcelona, a recorrer el circuito donde se gestó su gran resultado?
No… ¡Qué buena pregunta! Regresé a Madrid algunas veces, pero no ha Barcelona. Volví a España a otras competencias y, como dicen en el argot, de pantalón largo… Me acabas de dar una buena idea con un buen pretexto.
¿Cómo asimiló que después de conquistar la única medalla de México en esos Juegos, se convirtió en un ídolo para muchos?
Sensacional. Estás borracho de emoción. Estás muy contento. No lo entiendes del todo. Tú quieres seguir con tu vida normal, de hecho, tu vida no cambia, pero surgen más compromisos y eso es lo que lo hace difícil, sobre todo en un país como México, donde somos triunfalistas, y hay que saber desenvolverse con eso.
¿Recuerda los detalles de la competencia?
No tan claros como a un principio, pero sí, sí. Hay momentos que se quedaron muy grabados… Recuerdo el momento de la salida, los nervios que sentía… Los primeros kilómetros.
¿Al llegar a la meta, sabía que había ganado la plata, porque poco antes descalificaron al polaco Robert Korzeniowski, quien iba por delante?
Sí, me di cuenta que al llegar al estadio a él ya no le permitieron entrar… Es tanta tu concentración de seguir que haces a un lado otras cosas; pasan los días y las vas registrando como si fuera un sueño, no tan consciente, de muchas cosas, como esa.
¿Cómo se encontraba el 7 de agosto luego de todas las expectativas que habían sobre los atletas, quienes no habían ganado preseas? Usted era una de las últimas esperanzas en busca del podio para México.
Siempre he dicho que un deportista que no esté preparado, además de físicamente, para desarrollarse en esa atmósfera, en ese entorno de nerviosismo, de todo lo que conlleva unos Juegos Olímpicos, es difícil que tenga un buen resultado. Sí, había presión; más bien, nerviosismo, pero el temor no es no sentir esto, sino saberte desenvolver con ello. Una cosa es tener nervios y a la hora de la competencia sacarlos y otra es sentir pánico… El miedo es algo que puedes manejar, el pánico es algo que ya se apoderó de ti.
¿No le preocupaban los fantasmas de las amonestaciones que a la marcha mexicana ya habían marcado en otros Juegos?
Sí, lo piensas, pero no era un tema en particular. Terminé limpio. El polaco (Korzeniowski) terminó descalificado y el ruso (Andréi Perlov, medallista de oro) terminó con dos. Debes reconocer que no puedes andar diciendo: ‘Yo terminé segundo, pero sin ninguna amonestación’. Esa no es la competencia, la que es llegar en primer lugar… Quizá hasta debí jugar más con eso cuando vi que cada uno de ellos tenía dos tarjetas rojas (amonestaciones); quizá pude haber atacado y forzarlos a hacer otro tipo de prueba, pero lo que no se hace en ese momento, pues ya no se hizo.
¿Cuál fue su primera sensación al cruzar la meta?
Tienes dos a la par. Una, la física, que ya quieres que termine, porque en las pruebas de resistencia como la marcha, que ahora ya desaparecieron los 50 kilómetros, llevas el cuerpo al límite. Ya quería que terminara, estaba muy cansado, quería cruzar la meta y tirarme sobre la pista. Por otro lado, veía el estadio lleno, parecía que en mi mente pasaba una película con todos los momentos por los que había pasado para llegar a ese día, a ese momento… Por un lado quería terminar por lo cansado; por otro, no quería dejar de disfrutar y vivir ese momento. Cuando crucé la meta la sensación fue de: Todo lo que he pasado para tener esta sensación ha valido la pena.
¿Qué le dijeron al ser el único del contigente con una presea?
Con Carlos Girón, mi compadre, que en paz descanse, me encontré en Barcelona en la zona de las transmisiones de televisión y me dijo: ‘cuando vuelvas las cosas van a cambiar, tómalo con calma’. Yo le decía: ‘no va a cambiar nada, todo va a seguir igual’… No le entendí de que todo iba a cambiar de que ya ibas a ser una persona que siempre ibas a ser observada”.
¿Ve a más mexicanos capaces de unirse a usted como medallistas?
Ojalá que sí. Necesitamos un plan de trabajo. No se trata que todos estén con el mismo entrenador, se trata de que no estén dispersos. Que cada quien entrene con quien prefiera, pero que haya una misma estrategia… París 2024 ya es mañana.
¿Y sobre volver a Barcelona a celebrar este aniversario?
No sabes el placer que me daría ir a Barcelona y hacer el recorrido en un coche comiéndome una tapa… o con un buen café. Disfrutarlo recordando: por aquí pasé caminando.
HIZO CAMINO AL ANDAR
Carlos Mercenario vivía en las inmediaciones del Centro Deportivo Olímpico Mexicano (CDOM) cuando decidió ir para hacer deporte. Con unos 12 o 13 años, dedicar buena parte de su vida en la preparación de una especialidad atlética no estaba en los planes, menos que sería a través de la marcha que trascendería las fronteras del tiempo.
Polo acuático, futbol americano, carreras, competencias de fondos fueron el ramillete de actividades del capitalino antes de la marcha. Por aquellos años, los Steelers multicampeones de la NFL con la Cortina de Acero fueron sus primeros ídolos deportivos.
De la marcha, el oro de Daniel Bautista en los 20 kilómetros en Montreal 1976 lo hizo vibrar, aunque no pasaba por su mente que un día lo emularía para practicar esa disciplina, que parecía tan desgastante, y mucho menos como otro medallista olímpico.
“Somos con lo que nos identificamos. Los griegos lo definían como el llamado interior… Cuando yo vi mis primeros Juegos Olímpicos por la televisión, le dije a mi papá: Quiero estar ahí. Imagínate conseguir el éxito con lo que te identificas, en ese momento (al ganar la medalla en Barcelona) justo sentí eso. Esa sensación de plenitud es insustituible”.
Con el final de su trayectoria en el alto rendimiento, Carlos siguió vinculado al deporte con puestos directivos, como analista para la televisión y como conferencista. El deporte lo sigue apasionando como en aquellos años de su juventud en los que se escapaba al CDOM. Ahora trota entre cinco y 10 kilómetros como parte de su rutina.
Le queda el recuerdo de su regreso a México con la plata en el cuello, cuando le cambiaron el vuelo a uno de primera clase y, al aterrizar, le pidieron salir hasta el último por la cantidad de personas que habían ido a recibirlo. Su llegada a casa no fue menos grata cuando sus vecinos le pidieron bajarse del auto para subir la pendiente hacia su hogar caminando con ellos, recibiendo el cariño de la gente, que 30 años después sigue siendo constante.
“Ahora también estoy en una especialización: Tratando de ser yo mismo todos los días”.
SUCUMBIÓ EL DREAM TEAM A LA MEXICANA
Simplemente Salvador El Halcón García no estuvo en la arrancada del maratón de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Un colofón acorde a unas competencias para las que la delegación de 102 deportistas tricolores llegó colmada de ínfulas de aspirar a su mejor actuación desde México 1968, pero de la que partían con apenas la recompensa de una presea de plata de Carlos Mercenario.
Al recién ascendido en el Ejército Mexicano sargento García lo acompañaba la buena fama de haber conquistado el 3 de noviembre de 1991 el Maratón de Nueva York, suceso que trajo consigo que por órdenes del presidente Carlos Salinas de Gortari fuera trasladado apenas estuviera en territorio nacional a la residencia oficial de Los Pinos para recibir su ascenso al haber corrido en La Gran Manzana como soldado.
El 9 de agosto de 1992 en el estadio de Montjuic, con el clásico final de unos Olímpicos con el maratón varonil, el deporte mexicano selló una de sus más amargas pruebas veraniegas con relación a las expectativas tras contar con un nutrido grupo con sobresalientes galardones para hacer soñar al país de que sería vasta la cosecha de preseas.
Unos días antes de la prueba con la que terminaría la aventura de Barcelona 92, en medio del boom mediático en busca ofrecer reacciones con un potencial medallista olímpico en los canales televisivos del Estado Mexicano, El Halcón García aseguró “yo me entreno solo porque sé que tengo la ayuda de Dios”. Junto con él, Dionisio Cerón e Isidro Rico conformaban uno de los mejores tándems tricolores, por ello acaparaban espacios en los medios. Ninguno estuvo cerca de emular sus más grandes hazañas.
Si en el gran fondo hubo decepción, en los de pista también quedaron en el tartán las ilusiones de ver a un mexicano en el podio. Arturo Barrios, el mejor corredor nacido en territorio nacional en todas las eras, llegó a Montjuic como el plusmarquista de los 10,000 metros (27:08.23 minutos, 18 de agosto de 1989 en Berlín) y como el poseedor del récord de la Hora (21,101 metros, 30 de marzo de 1991). El 3 de agosto de 1992 no pasó del quinto puesto en los 10,000 metros, única prueba para el que se inscribió para evitar el desgaste con los 5,000, y en la que repitió su posición de los Olímpicos de Seúl 1988.
Las autoridades mexicanas estimaron que se aspiraban a una decena de preseas y se mejoraría la conquista de nueve de la edición de México 1968 (tres oros, tres platas y tres bronces), pues en el contingente tricolor había ganadores de pruebas de renombre como El Halcón García o Arturo Barrios, exmedallistas olímpicos como el clavadista Jesús Mena, el marchista Ernesto Canto y el ciclista Manuel Youshimatz y hasta un vigente monarca mundial como el velerista Eric Mergenthaler, quien se coronó apenas unas semanas antes en Cádiz en la categoría Finn; en los Olímpicos naufragó en el sitio 19.
El marchista Carlos Mercenario también estaba en ese contingente élite del Dream Team a la mexicana como el mejor de los clasificados en la prueba de 50 km para la entonces Federación Internacional de Atletismo (IAAF) y por haberse impuesto en la Copa del Mundo de Lugado unos meses antes… A la postre fue el único que cumplió con las expectativas.
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