AYAHUALTEMPA| Desde una camioneta, Bernardino Sánchez, líder de una autodefensa campesina, lanza arengas que condensan el grito desesperado de Ayahualtempa, una comunidad del sur de México atrapada entre el abandono estatal y el acoso de narcotraficantes.
¡Vivan las compañeras viudas! ¡Vivan los niños huérfanos! ¡Vivan los compañeros desplazados! ¡Vivan nuestros hermanos caídos!”, grita Sánchez mientras avanza por caminos de tierra de esta población del estado de Guerrero.
Le siguen una treintena de niños de seis a doce años con rifles de madera o varas que simulan ser armas, luego de entrenar posiciones de combate en un polideportivo.
Cubriéndose el rostro con pañoletas, los menores responden con vivas a las proclamas de Sánchez y otros líderes de la policía comunitaria, un cuerpo legal creado para proteger a los moradores.
Desde hace algunos años, Ayahualtempa, de unos 1,000 habitantes, está en la mira de una banda conocida como “Los Ardillos” por hallarse en una zona clave para la producción y tráfico de goma de opio, materia prima de la heroína.
Los pobladores claman protección para detener los asesinatos, secuestros y desapariciones atribuidos a ese grupo, que, según ellos, busca extender sus actividades a esta comunidad dedicada al cultivo de frijol y maíz.