La variante Ómicron afectó duramente a Sudáfrica y la economía turística, principalmente los safaris que se realizan en todo el país.
Con un vino blanco en la mano, instalada en la terraza casi vacía de un alojamiento para safaris, Sabine Stam no da crédito. La organizadora de viajes debería estar desbordada en diciembre, pero la variante Ómicron cambió sus planes.
El negocio se reactivaba para su empresa, que escapó de la quiebra en 2020. Las reservas estaban en lo más alto y, de la noche al día, nada.
Tras el anuncio del descubrimiento de esta nueva variante por investigadores sudafricanos, las fronteras cerraron una tras otra.
Sudáfrica entraba en el verano austral, generalmente la temporada más concurrida por los turistas del hemisferio norte, pero en su agenda llovían anulaciones.
La joven se apresuró a organizar la repatriación de una decena de grupos ya en el país hacia Bélgica y Países Bajos, sus principales mercados junto a británicos y estadounidenses.
Al mismo tiempo trataba de convencer a otros de aplazar su viaje, en vez de cancelarlo.
Unos trabajadores en camisa blanca se acercan para encender unas velas mientras el sol desaparece detrás de la montaña, proyectando una luz dorada sobre las mesas preparadas para la cena.
Su lujoso hotel rústico, el Khaya Ndlovu Manor House, contaba con un 70% de clientela europea y norteamericana antes del estallido del covid. Desde entonces, ha reducido sus tarifas drásticamente para captar a sudafricanos.
Agencias